13 January 2010

Wenceslao.



Vivía en un charco portátil.
Comía una vez por semana.
No interactuaba con nada ni con nadie.
Si me preguntan, no es precisamente mi idea de felicidad y quiero pensar que tampoco lo era para un pez.

Así que lo reclamé refugiado de guerra y a la primera oportunidad, Jules y yo lo mudamos a un jarrón cilíndrico de vidrio soplado muy hermoso y amplio, con piedritas de río y una plantita con la que le gustaba enredarse, jugar, discutir y reconciliarse, como hacen los amorosos.

Wenceslao era azul. MUY azul, como las iguanas de los cuentos de hadas que se hacen realidad. Dos veces por semana tomábamos el sol en la sala del depa y rigurosamente teníamos un pacto entre caballeros: Desayunamos los dos o no desayuna ninguno, y he aquí que tengo una noticia para todos los detractores del intelecto animal: Los peces SI tienen memoria. Reconocía (y obvio, recordaba) mi presencia como el primate bípedo que ponía comida en su jarrón, el que le encendía una velita en las noches de frío y semanalmente lo sacaba a la fuerza para cambiar el agua, enjuagar las piedras y podar a su amada. ¿Cómo lo se? Porque ante la proximidad de cualquier otra persona se hundía precipitadamente al fondo de su mar privado y dulce. Conmigo salía a la superficie y sacaba la boca, reolviéndose en un segundo para dar vuelta en "U" y agitar su colita con la versión pez de las odas a la alegría.

Fue el silente receptor de mis dudas y de mis angustias cuando con Jules decidimos transitar de la amistad profunda e inenarrable a la construcción desde ceros de una pareja dispuesta a rifarse el todo por el todo en una irrenunciable prospectiva de hacernos pasita el uno en brazos del otro.

Sería mucha pretención decir que me entendía, que compartía mi congoja y más tarde mi inmesurable alegría. Si así fue o sólo es un supuesto de mi cabezota febricitante, es un secreto que hoy se lleva a su tumba, al pie de los lirios que sembraran las manos más amorosas que conozco.

No dudo en llamarte amigo mío, pequeño bribón. Hurtaste e hiciste tuyo un trozo de mi corazón que hoy tiene un hueco en forma de pez. Me dejas buenos recuerdos, un jarrón que hoy abraza dos docenas de astromelias y la lección silente de mi propia temporalidad.

Descansa en paz. Nada al cielo desde esta tierra en la que nos regalaste tu presencia, y si continúas recordando, espero que lo hagas con alegría, como lo haremos nosotros mientras sigamos aquí.

Tan tan.

2 comments:

LUCAS said...

El rey ha muerto, viva Wenceslao.

Sandra said...

Amigo mío, para variar tus palabras hacen maravillas. No lo conocí y sin embargo, me da tristeza su partida. Qué lindo que tengas tan bonitos sentimientos.