23 March 2008

De mercado

Hacía años que no me paraba en el Mercado 16 de Septiembre de mi natal Toluca.

Hoy lo hice. Y mi corazón ha dado un vuelco.

Casi había olvidado la maravilla que es un mercado mexicano: Los colores, los olores, las flores, las frutas, las verduras, la carne, la comida...

Y contra todo pronóstico, no ha sido eso lo que me dejó desollado.

Ha sido la gente.

La gente que trabaja desde que los gallos aún están en el quinto sueño, que a diario hacen del fruto de esta tierra rica y vasta el objeto de su quehacer cotidiano y la ponen al alcance de nuestras mesas.

La gente que es amable y sonriente, que no ha olvidado lo que significan frases como: "Buenos días", "Con permiso", "Pase Usted", "Cómo no, ahora mismo le atiendo, joven (ésto último de 'joven' elevó mi moral a las nubes)"... gente que se persigna con una devoción auténtica, que aún espera a los Tlatoanis y a las Coatlicues, pero que el fervor les va en el alma y en el pecho como ofrenda precolombina con sabor a copal y a oblea sagrada. Cuerpo y esencia de dioses sin tiempo.

La gente.

Varones que tocan el ala de su sombrero de faena al paso de una dama; matronas que desde la trinchera de los aguacates y los tomatillos dirigen, como mariscales aguerridos, la vendimia y los dineros; adolescentes que de piocha, piercing y mandil de mezclilla van aprendiendo de sus mayores los tejemanejes del oficio mientras el respeto a sus mentores se forja a punta de cargar a lomo y diablito los petates, las ollas y los huacales, aprendiendo que el trabajo dignifica y libera; los niños que envueltos en manta de cielo y rebozo labran en su memoria a fuego y sangre el acompasado ritmo de la cotidianeidad, los sonidos que les arrullan y que vivirán con ellos todos los días de su vida.

La gente. Mi gente.

El cuerpo reclama piedad ante las horas de ayuno. Abro boca con un licuado de mamey ('mediano', como de un litro) que guardaba en sus entrañas el sabor de la mismísima gloria. Dos locales más adelante, una cuadriga de Valkirias mesoamericanas ofrecen tentaciones a cuyos encantos no es siquiera posible pensar en resistir. Frente a mi, sobre una mesa que formaran tres tablones, hay un platazo de mole verde con arroz rojo y unos frijoles que en el vientre de una cazuela de barro encontraron la razón última de su existencia. Bocado divino y mundano. Le sigue un café de olla enfundado en los aromas de la canela y la seducción inocente del piloncillo. Brebaje dulce y tibio como un beso de adolescencia refrendada al embrujo del recuerdo.

Las jugarretas de la memoria...

Salí del mercado con un hatajo de flores. Con una canasta que rebosaba de frutas más frecas que esta misma mañana de marzo, con el alma desollada y viva, inundada del color de los mangos y las sandías redondas y sonrientes; embriagada de los sabores y los aromas del requesón y el cilantro, los ajos machos de las brujas y las tortillas de maíz azúl.

Y con un renovado amor por esta tierra.

Mi tierra.

3 comments:

Gloria Baker said...

Que lido. A m� tambi�n me encanta el olor en los mercados afrutas a flores y la gente es distinta.Gloria

Anonymous said...

Vivir a fondo, significa absorber a lo máximo todo lo que te rodea y mezclarlo con lo que internamente ebulle en tu cerebro. Si logras sacar una mezcla aromática y perfumada, se alojará en la memoria para siempre. Y veo que lo lograste. Felicidades.

Anonymous said...

Del otro lado del espejo.
http://lamagauruguaya.blogspot.com/2008/04/el-mercado.html