Leo y releo y vuelvo a leer "El Hombre que lo tenía todo todo todo", de Miguel Angel Asturias, y hoy, como hace más de cuatro lustros, cuando llegara por primera vez a mis manos —y a mis ojos, y a mi bagaje y a mi memoria perenne—, no puede menos que fascinarme.
Me permito compartirles la paráfrasis de uno de mis pasajes favoritos de esta pieza de literatura dulce y rara, como una nieve de ciruelas amarillas:
"...El Hombre que lo tenía Todo Todo Todo se preguntaba mientras saltaba sobre el estanque de los cocodrilos: ¿A qué sabe el sol?
— El sol sabe a saliva. A saliva de cuando se nos hace agua la boca..."
Se los dejo para empezar la semana. Que les sea leve y breve.
Y no olviden su ración diaria de sol, que lo mismo se bebe que se come, se embarra o se mastica suave y constantemente "en dosis precisas y controladas", como su contraparte...
Y tan tan.
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Y también sabe a dos:
sabroso cuando estás congelado.
y a rayos cuando tienes mucho calor.
Así es todo, un binomio perfecto de bueno-malo.
Igual que la vida.
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