08 October 2008

Una nueva fe. Un nuevo Credo. Un nuevo Dios.

Desde que el hombre es hombre —y quizás desde que nuestros ancestros eran más homínidos que humanos... ¿Cuándo dimos el gran salto?—, en fin, desde que el hombre es hombre, ha buscado explicación para todo lo que le rodea: ¿Por qué sale el sol? ¿Por qué hace calor, más tarde en el año frío, luego se templa? ¿Por qué la figurita redonda y sinuosa de mi compañerita me desata un mariposario en el bajo vientre? Y así ad infinitum.

La primera respuesta fueron las religiones. Esa nos la sabemos todos. Primero vinieron las religiones naturalistas, que le atribuían las cosas buenas y malas a un selecto club de deidades, de cuyo estado anímico dependía todo lo que pasara y dejara de pasar: La caza, la vida, la muerte, el día, la noche.... Todo muy lindo hasta ahí.

Después vinieron las religiones monoteístas, otra historia bien conocida. La que nos es más cercana tiene —como todas, como todo— un lapso que francamente sus jerarcas preferirían que se olvidara y de un plumazo se desvaneciera de los libros de Historia.

El catolicismo tomó al mundo occidental por asalto en la Edad Media. El obscurantismo (hay quien escribe oscurantismo, pero lo considero realmente 'otuso' y de mentes 'ostinadas'), el obscurantismo —repito para tomar aliento—, se bebió un milenio de nuestro devenir histórico. Un bache. Un estanque. Un milenio perdido.

En esos tiempos obscuros (id), y en un buen tramo de historia subscuente, bastaba decir que tal o cual cosa, actividad, materia o indulgencia era "palabra de Dios". y tan tan. A creer y a caminar que el Señor se va a enojar. Punto. No había cabida para el pensamiento, la crítica, la duda... "Palabra de Dios" y ¡trácate! Encomendaos a San Texingaste de Tanféo.

Y así nos la pasamos milenio y cacho. La Humanidad pasó su infancia evolutiva y entró a la bonita adolescencia. Y como buen adolescente cuestionó a sus ancestros y decidió que haría las cosas a su manera.

Y he aquí que con la misma celeridad, con la misma intolerancia, con la misma arrogancia que caracterizara a la jerarquía y a los oficiantes de aquella iglesia todopoderosa, ahora vemos las nuevas sentencias de esta nueva religión:

"Científicamente comprobado..."
"Es un hecho científico que..."
"A ciencia cierta..."

Y con eso tenemos para entrarle ciega y obedientemente al rebaño de la Ciencia; este nuevo Dios omnisapiente, omnipresente y omnipudiente que se revela en milagros como la ascención de San Neil Armstrong a la Luna, la división de los mares en la sagrada tierra de Panamá, la epifanía del secreto genético a San Crick y San Watson... (*)



Si no te has reido, lector, lectora querida, sabes bien de que va este aucine. Nada, por 'científicamente comprobado' es inmutable —no digamos absoluto—.

Pensar, retar, ahondar, son características innatas de la humanidad. Ejercerlas no es un derecho ni un don, sino una parte inherente de nuestra especie, a la cual, por cierto, le debemos en gran parte nuestra supervivencia.

Y también es el antagonismo de la religión, sea cual fuere...

Y como siempre hay un Torquemada en la familia, te invito al cadalso, ¿Vienes?

(*) Gracias a la Cabeza de Lucas por la aportación gráfica.

Y tan tan.

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